Cuando
Pablo se sentó a la mesa y se dispuso a comer, estaba solo. Solo y abrumado,
había intentado tomar su almuerzo frente a su pc mirando algo interesante en la
multimedia, pero opto por algo más
ceremonial, más íntimo y meditativo. Por
eso camino un trecho hasta el living comedor,
donde se halló más a gusto. Frente de si, un plato blanco con su menú servido y
dos cubiertos. Como en una leve epifanía
observó los alimentos encima de la
porcelana, sus colores, sus contornos sus connotaciones nutricias. Una milanesa
freída con aceite vieja, requemada por desatender su cocción, una cebolla
cortada en juliana, desprovista previamente de su núcleo por estar en avanzado estado de descomposición ,
la mitad de un tomate transgénico, un huevo frito y un par de papas hervidas , lo mas puro y
salubre para su organismo. Miraba el
plato desde arriba y se le antojaba un mandala, una representación de su
universo, un ying yang comestible. En la carne arrosada de pequeñísimos trocitos
de carbón quemado producto de los refrites veía el mal, la tentación, el
abandono dionisiaco al sabor oscuro del
pecado, o el abandono ético y moral. Intento un salvoconducto espiritual con su
elección, queriendo solo ingerir el tubérculo blanco, a manera de purificación,
y se quedo largo rato degustando el sabor de la papa. El tomate y el huevo se
mantenían intactos sin probar, al igual
que la carne. El sol fuerte del mediodía entraba perpendicularmente por el
ventanal y le pegaba en la cara, el
saboreaba hasta el ultimo bocadillo de aquel alimento natural. acompañado con tragos
de agua pura y fresca. Estuvo largo
rato, en esa situación, pensaba en muchas cosas, en su amigo Julián en su
relación con Laura ya terminada, también en su destino cercano y en sus fuertes
contradicciones internas que no lo dejaban en paz. Se lamento no tener mas
papas en la alacena, aun no había
saciado su hambre, y no quería
contaminarse con la comida chatarra, con
la rutina chatarra, con el mundo chatarra, quería retomar sus viajes
interiores, recorridos iniciáticos truncados por las esfinges cotidianas de la sociedad,
con las cuales hay que lidiar. Luego pensó también en traslados verdaderos, al norte? a Machu
pichu? A la india?
No se dio cuenta, y ya había transcurrido una hora en los menesteres del almuerzo. Tenía
ocupaciones. El hambre había mermado y vuelto a crecer, el plato enlodado por
la yema del huevo, era un estropicio, y en un ademán propio de si, en un
arranque de la nada, corto a grandes trozos el bife marinado y se lo engulló,
previo refregado en el caldo del huevo frito, tragó casi sin masticar la parte
oscura de su mandala taoísta. Y salió a la calle.
Ahora
Pablo esta en un bar del centro, quedo encontrarse con Julián para hablar de Laura
y de sus días nuevos por venir, el lo escucha, es su confidente y lo aconseja
desde una experiencia con más recorrido.
A
Julián lo había conocido hace bastante tiempo en una marcha de izquierdas, esas
manifestaciones que a veces te cruzas y te sumas espontáneamente y adherís sin
preguntar el orden del día.
Cuando
ya los militantes enrollaban las banderas y desarmaban todo. Pablo se acerco y
le pidió un cigarrillo. Hablaron algo de política y en seguida fugaron a la filosofía y desde ese día, estrecharon buenos
lazos.
Julián
era un pragmático, y en general tenia una personalidad estable, sin grandes tensiones,
sin grandes vacios, ni grandes pretensiones , era un protagonista de su vida
nomás, un buda anónimo sin anhelo de trascendencias, sin mandatos de ninguna
índole que cumplir, danzando en la levedad, pero se arremangaba por un amigo en
cualquier requisitoria necesaria.
Había
entre ellos un juego doble de concejeros,
que practicaban y lo conocían muy bien, un
código común. Cada cual veía la vida del
otro, desde un punto de vista propio, sugería soluciones y proponía programas
de ensayo, a veces con fuerte carga
psicoanalítica, para hacer frente a la realidad, cada uno sabia que lo que estaba
proponiendo, no lo podría aplicar en si mismo, estando solo. Y necesitaría
aferrarse a la propuesta del otro, que conservaba cierta distancia del acuciante
problema y le daba la perspectiva necesaria para diagnosticar. Este codo a codo
los mantuvo unidos muchos años, los dos sabían del estado simbiótico en el que
se encontraban, pero no lo tomaban como una anomalía.
Pablo
ya se había indagado a fondo por su concepto de la amistad, y había optado por
la afirmación, por entender que es uno
de los regalos de esta vida, un jardín a cuidar y a desmalezar de pasiones
tristes.
Tristes
como la melancolía, o la soledad de un
cuarto de pensión, donde uno se puede ir muriendo en capítulos, leyendo una novela oscurantista, sin que a nadie le
modifique un centésimo de su realidad. Donde un vino compartido te salva de
esos naufragios cotidianos, que se vuelven crónicos. Luchar contra el esplín,
contra lo que no pudo ser, sin maldecir culpas, y quedarse a vivir en cada respiro del
presente. Ese, era el anhelo de Pablo.
Ya
en el bar, se dieron a la charla.
-Como
estas con lo de Laura?-
-Bien
Julián, esta conmigo todo el tiempo, pero no la rechazo, que se quede todo lo
que se tenga que quedar. Que se vaya cuando tenga que ir también de este plano,
aunque creo que de esta forma se va a quedar
un tiempo largo conmigo –
-lo
que resistes, persiste-
-exacto-
-me
llama y me corta, no quiere hablar, pero se que es ella-
.pero
te llama-
-pero
no quiere hablar-
Laura
ya andaba de viaje por chile y tenia pensado viajar a Europa, pero algo de ella
había quedado con pablo merodeando la pensión, un par de camisas, una cartera,
discos libros y otras cosas pregnadas de
su olor y su esencia.
Julián
lo invito a un viaje a Córdoba, pero íntimamente sabia que Pablo no era un escapista de sus
fantasmas y que el viaje que el tenia en mente era de otro tipo, de esos que
realmente curan, los que desatan nudos .que el tiempo ha ceñido tanto que
habría que cortar la soga de la que amarran.
La
tarde se había pasado rápido, pidieron la cuenta y ya en la esquina del bar se
saludaron con un rápido abrazo. Cuando un
colectivo de línea se corrió como
un telón, ya ninguno estaba allí.
Pablo
dio vueltas y vueltas por el barrio, el aire del rio, las luces de neón, las
bocinas, las frenadas y el smog eran su paisaje cotidiano de San Telmo. Cuando escuchaba los tambores se
sumaba a la llamada, y aunque solo observaba a distancia desde algún rincón del
parque Lezama, hacia latir un tambor propio, que tocaba cada vez mas lento, que
se iba desacompasando y luego bifurcando
del tronco principal de la batucada, en una rama independiente, un hilo
rítmico e hipnótico que ayudado por los efectos de su cigarrillo
de hachís, lo dejaba asordinado y
perdido en algún callejón de conventillos..
Cuando
volvía en si, se interpelaba, se preguntaba por el sinsentido que lo perseguía
desde un pasado un tanto oscuro, como un perro negro rabioso,
del que no se podía deshacer del todo.
Tenia
que hacer algo, quería entender, caminó por defensa unas cuadras, y doblo por Idependencia, se sumo el recuerdo de Laura también, ya eran una
multitud de soledad. De repente escucho una música tranquila, nada que ver con
el frenesí de los tambores, esto era algo que le daba paz, que no sabia si lo
llamaba desde afuera o desde lo más recóndito de su ser, algo conocido que nunca había
experimentado, una lejana voz familiar que le hablaba en un idioma que no
entendía.
Cruzo
al almacén, compro agua y un paquete de cigarrillos negros, se quedo sentado en
el zaguán durante un rato, la música seguía sonando, se puso de pie, se sintió consciente
y dueño de sus reflejos, y se acerco al
lugar. Por un rincón de una puerta cancel observo el panorama, un hombre calvo
de barba al estilo oriental tocaba un instrumento rarísimo, una caja con fuelle
que se abría y se cerraba, soltando armonías repetitivas, que oficiaban de base a unos cantos guturales bien entonados.
Un grupo de asistentes sentados en pose meditativa completaban la ceremonia.
Pablo se fue arrimando de a poco y también se sumo al encuentro, a una
distancia prudencial, tomo la misma postura que los demás y descalzándose se
fue integrando, el guía del grupo lo observo con total naturalidad y hasta con
indiferencia, el olor del incienso lo envolvía todo y terminaba de transfigurar ese instante de su
cotidianeidad.
Haciendo
caso a las instrucciones del yogui, se entrego a la practica de la respiración,
y al acto de meditación profunda, en su mente se le cruzo la escena de su
almuerzo, el plato como un mándala, la
carne o la verdura, el ying in o el yang, los tambores o los mantras, el pasado
o el presente, de repente sintió un roce en su espalda, se había dormido
sentado, era el yogui ,quien lo saludo
reverencialmente, le dejo una tarjeta y se fue sonriendo.
Cuando
Laura conoció a Pablo, entendió en
seguida que manejaban un código en común, y se habilitaba desde ese momento un camino
de coincidencias y complicidades,
Fue
una
alineación cósmica de constelaciones
que los incluía, una sincronicidad que agradecieron y festejaron durante
las dos semanas siguientes en el departamento de ella.
Laura
estaba convencida, que eran el uno para el otro, y así lo creyó durante mucho tiempo.
Hasta que una tarde se desengaño. Notó una falla insalvable, un error de sistema, una obsolescencia
programada y de a poco se fue retrayendo
de la relación que ya llevaba dos años.
El
tema estaba en el tiempo gramatical en que escribían los días de la pareja,
ella era toda presente y el un pretérito anzuelo enganchado a un tiempo que ya
no esta. Un tiempo intruso, farsante, que se apropia de la frescura de los días,
con sus manos atadas ,que nada pueden resolver, con sus ojos de hielo que miran
todo desde la espalda y un pecho ciego que late sin rumbo. Llena de tristeza
ella iba internalizando la revelación
del desencuentro, de la incompatibilidad, y acepto al fin, con mucha
entereza que eran animales de otra especie,
otra naturaleza, otro cuento.
Pasaron
tres semanas y pablo, casi no salía de la pensión, se la pasaba leyendo y escribiendo,
fumaba tabaco armado como nunca lo había hecho, ponía cortinas para dormir un
rato más, se había vuelto un tanto fotofóbico y antisocial. A lado de su cama viejos volúmenes de grandes
novelistas rusos, un jarro grande de loza con café sin colar, que recalentaba
una y otra vez, poco a poco se iba mimetizando
con alguno de los personajes de las propias páginas que leía. A veces
empujaba el luto de su relación con botellas de vino tinto berreta. Cada día se
prometía cortar esa decadente rutina con jornadas de ejercicio al aire libre,
pero se engañaba. El sabía que el limite sería el reinicio de su trabajo en la
librería.
El
anaquel estaba cerrado por reformas edilicias y le habían dado una suerte de
vacaciones hasta que las refacciones estuvieran
listas, cuando la librería cerró sus
puertas coincidió con la partida de Laura, lo que a Pablo lo dejo desacomodado,
un cambio diametral, un kata de karate que te deja en el piso sin
posibilidades. Cuando sus pensamientos fugaban a lo místico pensaba en el karma
y en las leyes herméticas del kibalión.
Las explicaciones mundanas le resultaban insuficientes, sus penurias deberían
de obedecer a un orden superior, un
designio cósmico que lo haría redimirse a un estadio de grandeza,
purificación o sabiduría, no lo podía tomar como simples tropiezos de la vida,
si es que dolían tanto.
Se
mantenía obsesionado con un concepto que alguna vez había escuchado desarrollar
en boca de Julián y por estos días le había pedido más detalles del asunto.
Se
trataba de la cuarentena, y la posibilidad de cambiar los hábitos de vida,
autoprogramandose.
Busco
información y se sorprendió, sobre la capacidad del cerebro de crear nuevas
conexiones neuronales, si determinada acción se mantenía constante durante un
mes o cuarenta días, este nuevo recorrido de la sinapsis de tanto repetirse
quedaba grabado en el cerebro profundo, y quien lo practicase crearía una nueva realidad propia.
Pensó
en ponerla en práctica, pero lo único que logro fue cambiar los libros de Dostoievski
por los Jung y salir día por medio a
hacer gimnasia en los senderos del parque.
Cuando
se sintió un poco mejor se dio una vuelta por el anaquel para ver si había
novedades de la reapertura. En la vereda se cruzo con Carlos, el dueño, que
apenas lo saludo le espeto la buena nueva. Había decidido vender.
-que?
como?-
-quédate
tranquilo Pablo, te voy a recomendar para que sigas-
-si
se la queda mi cuñado, olvídate, quedas si o si-
En
dos segundos Pablo, pensó un montón de
cosas.
En
la plata para pagar la pensión, en la imposibilidad de seguir teniendo los
libros que quisiera a disposición, en como cambia todo tan rápidamente, en el
tono desprendido y poco empático de Carlos al darle la noticia, en el abandono
de Laura, y en que parte de su mandala
encajaba todo esto.
Pablo
tenía un contrato temporario, y en ese momento no se animo a hablar sobre una
posible indemnización, además no quería confrontar con Carlos y se aferraba a
la posibilidad de continuar con el nuevo dueño.
-Esta
bien Carlos si ya lo decidiste me quedo esperando entonces-
El
tono frágil con el que pronuncio la frase, lo empezó a poner un poco nervioso, palideció,
desde el fondo de su alma se sentía totalmente humillado, por la noticia del cierre,
por la partida de Laura, por su vulgar vida sin grandes acontecimientos que se
diluía progresivamente , pero ese
sentimiento de indignación, esa bronca
que era un torrente violento navegando por los túneles subterráneos de su alma,
iba perdiendo fuerza paulatinamente y mermaba su intensidad hasta convertirse solo
en un pequeño hilo en su voz mediosa y conciliadora que pronunciaba; -esta bien,
esta bien me quedo esperando entonces-
Volvió
caminando a la pensión, miraba las caras de los transeúntes, encontraría a
alguien que estuviera en su situación?, alguien que lo consolase?. Notó que
algunos rostros sugerían cosas más terribles aun, otros total indiferencia,
había también caras de gente portando los rasgos de la alegría, -como hacen? Pensó
-como mensurar el acierto de una vida, como
comprobar la buena práctica de una filosofía
frente a la dura realidad. Por un instante se dio cuenta que su
soledad no era la única, que solo era una ofrenda más, al corazón de piedra, de la gris ciudad que habitaba.
De
pronto soltó los nervios y se relajo, enfilo para san Telmo, de pasada compro
carne y vino, y paso por el locutorio. Llamo a Julián -venite para casa, te
invito a cenar- cuando su amigo llegó, él lo esperaba con una tira de asado a
la parrilla dispuesta en forma circular, con un relleno en el medio de morcillas y chorizos, y una música de mantras de fondo.
Salud hermano! Salud que Todo lo malo siempre trae algo bueno…